domingo, 10 de abril de 2011

Fwd: Porisrael.org/Alberto Mazor. Pesaj 2011 - Egipto sale de Egipto




 
 
 
 

Dori Lustron
 
 
 
 


Pesaj 2011 - Egipto sale de Egipto

Alberto Mazor

 

La sorpresa y el desconcierto por el terremoto que sacude al mundo árabe y áreas aledañas guardan un notable parecido con las reacciones que en su tiempo suscitó el derrumbe del bloque comunista.

Así como nadie pudo prever el repentino desmoronamiento de los regímenes tras la cortina de hierro, tampoco hubo quienes hayan pronosticado la oleada de protestas populares que están cambiando el panorama total de Oriente Medio.

Prevalece por lo tanto una especie de estupor ante los últimos acontecimientos, sin brújulas que puedan orientar hacia dónde realmente se dirigen los destinos de una multiplicidad de Estados en los que habitan millones de personas.

La preocupación se ve aumentada además, por el hecho de que se trata de países cuyo peso en el mantenimiento de la estabilidad económica y política del mundo es altamente significativo.

Las especulaciones y conjeturas se multiplican por doquier sin que se vislumbre la posibilidad de pronosticar el rumbo que finalmente imperará. Por lo pronto, y a fin de ejercitar una inmediata aproximación analítica de lo que ocurre, vale la pena subrayar que ninguno de los países hoy barridos por el tsunami de las protestas es igual a otro por las numerosas particularidades que distinguen a cada caso.

Aparecen en el cuadro ricos productores de petróleo con poca población y escaso territorio como Bahrein al lado de un país como Yemen cuya pobreza afecta a millones de sus ciudadanos de forma especialmente dolorosa.

Está Egipto con sus 85 millones de habitantes y Libia con tan sólo 7 millones, ambos con territorios enormes, mientras que Túnez constituye, comparado con ellos, un pequeñísimo enclave territorial.

La misma diversidad aparece en lo referente al grado de fuerza y atractivo que el islam ejerce y es capaz de capitalizar a futuro, como también varía en cada caso el carácter de sus relaciones con Estados Unidos, la Unión Europea y Occidente en general.

Mubarak era un cómodo y leal aliado de ellos, no así Gaddafi, quien a lo largo del tiempo efectuó oscilaciones fenomenales en cuanto a dicha relación. Y si pensamos que también Siria y el islámico Irán se hallan en la cuerda floja, vemos que se trata de países cuyos regímenes sostienen relaciones altamente conflictivas con Washington y Europa sin que ello signifique que no sean igualmente despóticos en los que la brutal represión de las libertades ciudadanas son la norma.

¿Qué hay entonces en común en estas sociedades que ahora se rebelan? Se pueden observar cuatro parámetros principales:

1) Todas ellas se definen como islámicas.

2) Absolutamente todas desde su constitución como Estados independientes, han sido regidas por autocracias eternizadas en el poder, sin mecanismos que permitan un mínimo juego democrático capaz de producir cambios, oposición política organizada e institucional y una libre expresión de la disidencia.

3) Los grados de corrupción derivados de una situación como ésa han sido monumentales, al amparo de la impunidad gozada por las cúpulas políticas y económicas que han permanecido inamovibles a lo largo de décadas.

4) En la gran mayoría, la culpabilidad de Israel y de su "diabólica política expansionista" sirve de excusa principal a todos los males de la región. Los intentos de solucionar dicho problema se extienden desde la guerra en 1948, pasando por los "tres NO de Jartum", y hasta "borrar a Israel del mapa" de Teherán.

En síntesis, ya se trate de formas monárquicas o republicanas, de aliados o enemigos de Occidente, de firmantes de acuerdos de paz con Israel o de entidades en estado de guerra con nosotros, de ricos o pobres, de islamistas duros o de medianamente seculares, de líderes extravagantes o discretos, de sunnitas o chiítas, de promotores del terrorismo internacional o de combatientes contra éste, en todos ellos se registra un mismo mal de fondo: dictaduras larguísimas, represión, sofocamiento, violaciones generalizadas a los derechos humanos, discriminación de la mujer, falta de desarrollo, oportunidades de trabajo e igualdad para sus nutridas poblaciones juveniles, arbitrariedad y corrupción sin límite.

Antes de las actuales revueltas tanto la comunidad internacional como los medios de comunicación, aun los que se definen como progresistas, muy poco se ocuparon de estos temas. Hoy, cuando es necesario reconocerlos y abordarlos con seriedad, organismos como Naciones Unidas y la OTAN parecen actuar en forma selectiva y aplicar el método de las 10 plagas donde abunda el petróleo (Libia) y mirar para otro lado donde no lo hay (Siria).

En Pesaj les relatamos a nuestros hijos que fueron necesarios 40 años de vagar por el desierto para convertir a un pueblo de esclavos en una generación amante de la libertad y capaz de luchar por su propio destino y su derecho a la autodeterminación.

La explosiva realidad del siglo XXI nos demuestra que esta vez no disponemos de tanto tiempo.



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 



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