¿Por qué Israel no es noticia?
Elecciones en Israel. A diferencia de los países árabes, cuando el pueblo israelí está en contra de un gobierno, no necesita alzarse en armas porque dispone de un arma que ellos no conocen: el voto.
Rogelio Alaniz
ElLitoral.com
3 de mayo 2011
Es raro. En los países árabes las multitudes salen a la calle a luchar contra sus tiranos y por primera vez en muchos años Israel ha dejado de ser noticia. Es como si a la hora de discutir con el lenguaje áspero y subversivo de la lucha contra las dictaduras, Israel perdiera importancia o no tuviera nada que decir. El hecho es sorprendente porque en los últimos sesenta años los gobiernos de la región consideraron a Israel el enemigo número uno, el responsable de la miseria de las masas árabes. Sus políticos, sacerdotes e intelectuales no se cansaron de decir, en diferentes tonos, que sólo habría paz y felicidad en el mundo árabe cuando los judíos sean arrojados al mar.
¡Ironías festivas y trágicas de la historia! Cuando por primera vez los pueblos de la región se movilizan en la calle para luchar por objetivos propios, la emprenden no contra el ogro sionista sino, contra sus propios dictadores. La lista ya es larga: Túnez, el santuario de la OLP en los buenos tiempos; Egipto, la tierra de los Hermanos Musulmanes, la banda proveedora de dirigentes para la red terrorista de Al Qaeda; Libia, condenada a gemir bajo las botas de un dictador narcisista y psicópata; Siria, la satrapía responsable de la mayor masacre de musulmanes en la localidad de Hama en 1982 y el azote político y militar del Líbano.
Podemos seguir con las enumeraciones. En la improvisada lista faltan los emiratos del Golfo Pérsico con sus jeques depravados, viciosos y multimillonarios; la monarquía corrompida de Jordania, autora de la mayor degollina de palestinos que se tenga memoria; esa satrapía infame, corrupta y viscosa que es la de Arabia Saudita con sus pozos de petróleo abierto a la codicia del lobby petrolero de Estados Unidos mientras sus chequeras están siempre disponibles para financiar bandas terroristas por el mundo.
Capítulo aparte merece la teocracia de Irán y el confuso sistema político de Irak a quien la incalificable invasión yanqui no libera a su clase dirigente de las responsabilidades de haber sostenido a un dictador que masacró a su propio pueblo, además de haberlo comprometido en una guerra contra Irán donde hubo más de un millón de muertos, sin olvidar -por supuesto- los gases venenosos lanzados contra los kurdos.
Pues bien, en ese escenario de horror, de exterminios en masa, de sometimiento y discriminación a mujeres y disidentes, la única Nación excluida de las noticias es Israel. Quienes con tanto empeño se preocuparon por calificar al Estado fundado por Ben Gurión y Golda Meier como el submarino del imperialismo yanqui en Medio Oriente, deben admitir con su silencio que el supuesto submarino es democrático y que, como todo orden democrático, podrá contar con gobernantes buenos y malos, lindos o feos, pero en ningún caso con dictadores y, mucho menos, con psicópatas verdugos de sus propios pueblos.
Se podrá discutir -y seguramente habrá que estar atento al devenir de los hechos- si los desenlaces políticos a estas crisis serán democráticos o, por el contrario, una dictadura militar será reemplazada por una dictadura religiosa. Lo que mientras tanto parece estar fuera de discusión, es que los estudiantes, trabajadores y vecinos de los países árabes que salen a la calle y arriesgan sus vidas, lo hacen para reclamar más libertad, más participación política y, sobre todo, menos hambre, menos pobreza, menos miseria.
No sé si los manifestantes son concientes de la proeza que están llevando a cabo, pero no hace falta obligarlos a asistir a un curso de ciencia política para ayudarlos a arribar a la conclusión que los autores de sus males no son ni fueron los judíos, sino sus propios gobernantes, los mismos que se cansaron de decirles que el judío era el autor de sus penurias y humillaciones. La teoría del chivo expiatorio siempre tuvo como destinatario al judío. No fueron los déspotas musulmanes los que la inventaron, pero sí fueron ellos los que recurrieron a ella para afianzar la dominación contra sus propios pueblos.
Por supuesto, no falta quienes consideran que estas movilizaciones son una antesala a futuras movilizaciones contra Israel. Según este punto de vista, cuando los países árabes se democraticen Israel deberá modificar su relación con los palestinos. Como a la hora de hilvanar ideas todas las fantasías pueden permitirse, están los que dicen que los judíos se levantarán en Israel contra sus gobernantes, olvidando que en Israel cuando un sector de la población está en contra de un gobierno, no se alza en armas porque dispone de un arma que en los países árabes aún no conocen, que se llama el voto. En Israel a los gobernantes se los cambia y, como se demostró en estas semanas también se los juzga y se los pone entre rejas por causas que en Libia, Siria o Túnez provocarían risa: evadir impuestos o acosar a la secretaria, problemas que seguramente no desvelan a los jeques propietarios de harenes.
De todos modos, habrá que ver si las luchas de los pueblos arriban a una democracia más o menos civilizada. Por lo pronto, importa advertir que una movilización democrática contra los déspotas no produce automáticamente un orden y una sociedad democrática. Para ello, hacen falta decisiones políticas y predisposiciones culturales. Mientras esto no ocurra, la única democracia real, existente en Medio Oriente, con libertades políticas y civiles para todos sus habitantes, con instituciones estatales libres y una calidad de vida óptima, es Israel, el gran ausente en las noticias de los últimos meses por la sencilla razón de que sus problemas no son los del despotismo, la pobreza y la corrupción.
¿Una democratización en Medio Oriente obligará a Israel u obligará a los jefes palestinos a considerar su lucha en otros términos? ¿Es Israel el que deberá cambiar o son los palestinos los que deben dar ese paso? Reconozco que esta pregunta admite diferentes abordajes, pero admitamos que si los países árabes -hipotéticamente- se democratizaran, el impacto afectaría a Israel, pero también a los dirigentes palestinos y al pueblo palestino, ya que no se debe olvidar nunca que las mayores masacres cometidas en su contra las hicieron los déspotas musulmanes.
Israel es posible que deba modificar puntos de vista en el tema palestino y hasta es posible que en ese caso disponga de dirigentes más dialoguistas que los actuales que deben lidiar con fanáticos que prometen hundirlos en el mar, pero los palestinos también es posible que pongan entre la espada y la pared a sus fanáticos sacerdotes de Hamas y a sus corruptos dirigentes de Cisjordania.
Por último, convendría realizar algunas reflexiones acerca de la democracia. Mi experiencia, al respecto, me enseña que cada vez que en cualquier parte del mundo algún intelectual o político dice que la democracia es una receta para Occidente, pero que no tiene nada que ver con las realidades locales, es porque esa persona se está beneficiando con la dictadura de turno.
Nunca está de más insistir que la democracia como sistema político es un puñado de instituciones, pero es por sobre todas las cosas una cultura y un conjunto de valores. Los cientos de miles de árabes que salen a la calle para reclamar que se vayan todos sus déspotas, piden de hecho libertad de expresión, libertades civiles, libertades políticas, que respeten su derecho a vivir, que no los maten porque piensan diferentes, que pueden elegir y ser elegidos, que los gobernantes no se queden eternamente en el poder. ¿Traducir todas estas reivindicaciones a una fórmula política adecuada, no da como resultado un sistema democrático tal como lo concebimos históricamente? Defender la libertad civil y política, controlar al poder, no son reivindicaciones de una determinada sociedad o nación, son valores que de manera explícita o más o menos confusa reconocen y aspiran todos los pueblos.
Así como la experiencia me ha enseñado que quienes pregonan acerca de la inviabilidad de la democracia en sus países, juegan con el naipe marcado, es también la experiencia la que me ha permitido observar que estos personajes: Mubarak, Kadafi, Saddam Hussein, Assad, Ben Alí y por qué no, ese multimillonario que fue Arafat, dicen estar en contra de la democracia porque en sus pueblos están preparados para fórmulas más originales, pero mientras disfrutan con sus amantes en los centros turísticos de la corrupta Europa y mandan a sus hijos a estudiar a Occidente.
En efecto, sus herederos estudian en las universidades de Londres, París o Berlín, sus mansiones las levantan en Europa y en Estados Unidos y sus cuentas bancarias las abren en los bancos de Frankfurt, Londres o Zurich. O sea que Occidente no sirve para importar la democracia, pero es muy útil para disfrutar de sus bienes.
Defender la libertad civil y política, controlar al poder, no son reivindicaciones de una determinada sociedad o nación, son valores que de manera explícita o más o menos confusa reconocen y aspiran todos los pueblos.
No sé si los manifestantes son concientes de la proeza que están llevando a cabo, pero no hace falta un curso de ciencia política para que concluyan que los autores de sus males no son ni fueron los judíos, sino sus propios gobernantes.
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