Arma Blanca, destino negro
Mario Satz
El horrendo crimen de Itamar oscurece aún más el destino de los palestinos. Para nosotros el dolor, la desesperación y la impotencia. Para ellos, sobre todo en Gaza, el regocijo, exactamente igual a cuando Sadam Hussein disparaba misiles sobre Israel y las terrazas árabes se llenaban de felices espectadores. Un regocijo siniestro que los aleja, a ellos más que a nadie, de la tan añorada paz. Para nosotros la decepción, la ira difícilmente contenida, la falta de esperanza en un acuerdo con nuestros vecinos y, después de todo, parientes abrahamánicos. Para ellos la bilis de la venganza infinita, para nosotros, y tras el duelo, el afinar nuestra defensa, mejorar nuestra seguridad. Pueden estar satisfechos los partidarios de la causa palestina, aquellos que valoran más el cuchillo que la uzi, pero el caso es que el asesinato gratuito de una familia casi al completo no conduce más que a incrementar la violencia y alejar el diálogo. Pueden minimizar el crimen aquellos a quienes los judíos tienen sin cuidado, pero para nosotros, aquí y allá, en nuestro solar ancestral y en la diáspora, se trata de un signo de inequívoca maldad al que habrá que prestar mucha atención toda vez que un eventual estado palestino desarmado no renunciará a sus cuchillos.
Teniendo, como tienen los palestinos, la posibilidad de imitar a Egipto en su revuelta popular, pudiendo optar por una solución política y comprometida a su desafortunada situación, se ocupan de inflamar los ánimos con venenos antisemitas de vieja data ignorando que ninguno de ellos hizo más que reforzar nuestra identidad. Parecen creer que el crimen a cuentagotas es mejor que el pacifismo y la diplomacia. En lugar de solucionar los problemas caseros, la triste polaridad Gaza-Ramallah, se empeñan en creer que el enemigo externo es el único que merece morir. La mano del asesino de Itamar tiene un brazo largo y un cuerpo más grande de lo que creíamos. No estamos ante un hecho aislado, una súbita locura o el irrefrenable furor de alguien que ha perdido a su familia. Simplemente es la obra de uno de los cientos de miles de enamorados de la muerte para quienes ni siquiera los niños son inocentes.
A quienes observan con entusiasmo lo que pasa en el mundo árabe, les recomendamos que lleven chalecos antibalas y corazas si piensan visitar esos países en los que las armas blancas figuran en muchísimas banderas en plena era del misil.
No hace falta ser judío para ser agredido, especialmente ahora que la revuelta está en su fase de decepción o guerra civil. La impotencia y la demografía son dos bombas árabes que no han hecho más que estallar, por el momento en las manos de quienes las han fabricado. Los lobos merodean los poblados humanos cuando el bosque o el campo abierto carecen del alimento que necesitan. Los asesinos cruzan la noche enloquecidos por una idea fija que, oscura, tiñe de negro la más mínima y blanca gota de perdón.
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