No se boicotea a la única sociedad libre en Medio Oriente
A principios de este mes, los partidarios del movimiento BDS (boicot, desinversión, sanciones), programaron una reunión en la prestigiosa Escuela Normal Superior de París. Cuando la administración de la escuela canceló la reunión, hubo informes de noticias que decían que Bernard-Henri Lévy y Alain Finkielkraut habían presionado para que eso ocurriera. Aquí, Levy responde a la acusación y continúa diciendo qué piensa de la campaña de BDS.
Por Bernard-Henri Lévy
Ya que es necesario explicar las cosas, hagámoslo.
Obviamente, nunca, directa o indirectamente, he presionado a nadie para que cancele una reunión en apoyo de los partidarios del boicot a Israel, donde estaban programados para participar la palestina Leila Shahid, el francés Stéphane Hessel y otros, en la Escuela Normal Superior de París.
Esto habría sido de lo más absurdo porque, por naturaleza y por convicción, creo en el poder de las ideas y, más aún, en el de la verdad. En tales circunstancias, siempre estoy a favor del debate, el choque de opiniones, incluso la confrontación de convicciones - por lo tanto, no a favor de la censura.
Y el hecho es que, en esta circunstancia particular, es decir en el asunto de la campaña de BDS, que iba a ser el tema principal de la reunión en la Escuela Normal, habría sido más que feliz de poder presentar a los que hablan sinceramente con los hechos y, básicamente, con la evidencia que parece habérseles escapado: a saber, que nos enfrentamos aquí con una campaña hábilmente orquestada pero calumniosa, belicosa, antidemocrática y, en una palabra, despreciable.
¿Por qué?
En primer lugar, porque se boicotea a regímenes totalitarios, no a democracias. Se puede boicotear a Sudán, culpable del exterminio de una parte de la población de Darfur. Se puede boicotear a China, culpable de violaciones masivas de los derechos humanos en el Tíbet y otros lugares. Se puede y debe boicotear a Irán, que está oprimiendo a Sakineh y Jafar Panahi - un país cuyos líderes se han vuelto sordos al lenguaje del sentido común y el compromiso. Se puede incluso imaginar, como se hizo una vez con respecto a los generales fascistas de Argentina o a la URSS de Brezhnev, boicotear a los regímenes árabes, a cuyos ciudadanos les está prohibida la libertad de expresión que es castigada, si es necesario, con sangre.
No se boicotea a la única sociedad en Oriente Medio donde los árabes leen una prensa libre, manifiestan cuando lo desean, envían representantes al parlamento y disfrutan de sus derechos como ciudadanos. Independientemente de lo que se piense de las políticas de su gobierno, no se boicotea al único país de la región y, más allá de la región, uno de los muy pocos, desafortunadamente, países del mundo donde los votantes tienen el poder de sancionar, modificar y revertir la posición de dicho gobierno. Al punto de encontrar, como el Sr. Hessel en su reciente best-seller, la fuente de su "indignación principal", en el funcionamiento de una democracia que, como todas las democracias, es por definición imperfecta pero perfectible (sin embargo, por el contrario, no teniendo nada que decir sobre los millones de víctimas de las guerras olvidadas de África, sobre la persecución de los cristianos en Medio Oriente, o sobre la masacre de los musulmanes de Bosnia) es, en el mejor de los casos, profundamente estúpido y, en el peor de los casos, vergonzoso.
Y después porque, en cualquier caso, esta campaña de boicot es, en realidad, indiferente a la postura, respecto de su gobierno, del Sr. X o de la Sra. Y. Ignora, ni le importa saber, lo que los propios ciudadanos israelíes piensan, por ejemplo, de la reanudación de la construcción de asentamientos en la Margen Occidental. Le importa un bledo las demandas, los parámetros, condiciones reales de la paz entre los ciudadanos en cuestión y sus vecinos palestinos. De estos últimos, sus aspiraciones, sus intereses, sus posibles esperanzas y la forma en que el régimen de Hamas ha roto las esperanzas en Gaza; no les otorga ni un maldito valor y nunca dice nada acerca de eso, tampoco.
No. A pesar de lo que sus promotores y sus idiotas útiles dicen, el único objetivo real y aceptado de esta trillada campaña de boicot es deslegitimar a Israel como tal. Eso es lo que la comparación con la Sudáfrica del apartheid, implícitamente, expresa. Eso es lo que la retórica antisionista que sirve de denominador común de todos los grupos que constituyen el movimiento de BDS dice explícitamente y, si las palabras tienen un significado, es lo que significa su intención de socavar la idea misma que, nos guste o no, hoy en día unifica a la nación israelí. Y es por eso que esta campaña, de hecho, está en contra de las costumbres, normas y leyes internacionales y, en este caso, de las leyes nacionales francesas y estadounidenses.
Y, por último, están aquellos en el núcleo y, a veces, en el origen de esta campaña, cuya inspiración está, por decir lo menos, no en la Francia Libre De Gaulle, ni en la de los que escribieron la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ni de quienes están a favor de una paz justa entre los pueblos israelí y palestino.
Presento, a quien quiera, las declaraciones de Omar Barghouti, uno de los fundadores de la campaña palestina de BDS, afirmando que su objetivo no es el de dos estados, sino dos palestinas. Y las de Ali Abunimah, cofundador de Electronic Intifada, y que también se opone a la solución de dos estados, que no duda en comparar a Israel con la Alemania nazi y con tal o cual de sus filósofos columnistas de Der Stuermer. Y las declaraciones de los líderes de Sabeel, ese grupo de cristianos palestinos firmemente implantados en Norteamérica que, deseosos de prestar una base "teológica" a la idea de "inversión responsable", no dudan en ponerse, en forma sutil pero segura, a reactivar el estereotipo del judío que mata a Cristo. Por no hablar de algunas más bien sombrías iniciativas, cuyo propósito es marcar mercancías judías - lo siento, israelíes - con etiquetas, supuestamente despectivas, destinadas a llamar la atención del vigilante consumidor francés.
Todo eso es deplorable y, una vez más, indiscutible. Presentar a los promotores de este discurso de odio como víctimas, dice un montón sobre el estado actual de confusión - intelectual y moral - de un mundo occidental que, se habría esperado, había sido curado de su peor pasado criminal.
El filósofo Bernard-Henri Levy es el autor, muy recientemente (junto con Michel Houellebecq), de " Enemigos Públicos: Duelo entre Escritores y con el Mundo" (Random House).
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