Un servidor todavía anda a la espera de que los países democráticos reaccionen de alguna manera ante el golpe de Estado que ha protagonizado Hizbullah en Líbano. Los mismos países, (citemos uno, por ejemplo España) cuyos dirigentes se lanzan rápidamente a hacer declaraciones tachando a Israel de agresor cuando, cansado de recibir cohetes en su territorio, decide ir a buscar a los verdaderos agresores a su guarida.
Pero seamos realistas: Podemos morir esperando. Al fin al cabo son los mismos que han callado durante treinta años mientras la dictadura Siria ocupaba Líbano y provocaba el exilio de decenas de miles de personas. Y que han seguido callados mientras una organización armada ha chantajeado permanentemente durante una década al Gobierno de turno elegido democráticamente. Y si hay que asesinar al primer ministro porque molesta se le mata y ya está. Que las balas valen más que los votos.
Lo curioso de esta situación es que por primera vez en la historia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se va a sentar, con voz y voto, una organización considerada oficialmente terrorista por la mayor del mundo democrático y cuyo objetivo principal declarado es el aniquilamiento de otro Estado miembro de Naciones Unidas y además democrático: Israel.
Como periodista quiero ver cómo vamos a informar de semejante aberración. Porque una cosa es hablar de las elecciones en Afghanistán como si aquello fuera Noruega (con sus "conservadores", "reformistas" "aperturistas" y "radicales") y otra asumir con toda normalidad (que lo haremos) que el máximo órgano de decisión multilateral del planeta, con poder de "legalizar" una guerra o de enviar tropas, vaya a estar co-dirigido por un grupete de criminales reconocidos como tales y orgullosos de serlo.
Y por cierto, el Consejo de Seguridad tiene autoridad sobre la misión de la ONU en Líbano. Es decir que desde ahora Hizbullah es jefe de la FINUL. Acojonante todo. Y luego Israel será el agresor. Como dice la canción: Que no nos falte de ná.
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