Bibi en el laberinto
Alberto Mazor
Es difícil envidiar la situación de Binyamín Netanyahu en estos días que preceden a su esperado discurso del próximo domingo en el cual presentará su programa político. Creo no equivocarme al suponer que Bibi se encuentra en la misma situación que "Doña Soledad", esa triste mujer inmortalizada por Alfredo Zitarrosa: "…Cierto que quiso querer, pero no pudo poder…"
Las últimas elecciones en Israel se llevaron a cabo a fines de febrero. Los parámetros ideológicos sobre las cuales Netanyahu, basificó su campaña eran muy claros. Entre otros asuntos, se pueden destacar:
* No a un Estado palestino independiente.
* No a una retirada israelí de Cisjordania.
* Ampliación de los asentamientos judíos en los territorios.
* Paz económica - no política - con los palestinos.
* Irán nuclear: un peligro estratégico para Israel.
* Reformas impositivas y reducción de impuestos para incentivar la economía.
En base a dicha plataforma, Netanyahu reclutó para su partido, el Likud, a toda la derecha y la ultra derecha que se le cruzaba en el camino: ex ministros de su anterior gabinete que fueron los primeros en abandonarlo cuando su nave se hundía, ex generales de Tzáhal y celebridades de todo tipo, muchas de la cuales afirmaban que se unen a Bibi porque "él es el único que sabe como tratar a los árabes".
Ahora, apenas tres meses después del resultado de los comicios, Netanyahu está por anunciar públicamente su programa político. Una de tres: o el anterior era mera propaganda para llegar al poder, o se equivocó, o siente sobre sus espaldas el peso de la enorme y real responsabilidad de todos aquellos que una vez sentados en el sillón del primer ministro, deben tomar resoluciones concretas que influyen directamente en la vida - o la muerte - de miles de ciudadanos inocentes.
¿Qué lo condujo ante tal situación? En su comparecencia en El Cairo, Barack Obama mostró no sólo elocuencia, sensibilidad y lucidez para abordar los complejos temas de Medio Oriente y de la relación entre el mundo musulmán y Occidente, sino que también le transmitió a Bibi la distinta actitud con la que su administración pretende practicar su papel de árbitro y motor empeñado en pacificar una región considerada como una de las más explosivas y peligrosas del mundo.
Obama no lo defraudó totalmente. El mandatario americano no dudó en expresar con toda firmeza su convicción en la legitimidad de la existencia de Israel y su derecho a ser reconocido y a contar con fronteras seguras. Asimismo, condenó las tendencias tan comunes en espacios árabes a negar el Holocausto y la abundante diseminación que ahí existe de estereotipos antisemitas que nutren y multiplican los odios ancestrales.
Pero a diferencia de otras épocas, también hubo demandas: al tiempo que llamó a sus oyentes en el entorno árabe a combatir las visiones extremistas y fanáticas reacias a cualquier tipo de tolerancia hacia Israel y fustigó las posturas fundamentalistas de agrupaciones como Hamas y Hezbollah nutridas de la ideología expansionista del régimen radical de Irán, exigió a la dirigencia del Estado judío la aceptación del esquema de "dos Estados para dos pueblos" y el congelamiento definitivo de la construcción de asentamientos en Cisjordania, construcción que no hace sino profundizar cada día más el conflicto.
El discurso de Obama obligó a Bibi a reconsiderar sus posiciones al entender que la realidad política sobre la cual se desarrollaron las pasadas elecciones, dejó de ser relevante.
Hace tres semanas atrás, Netanyahu trató en vano de convencer a Obama de que la creación de un Estado palestino independiente es una idea peligrosa no sólo para Israel, sino también para los intereses occidentales. En estos momentos, Bibi camina solo en el laberinto buscando salidas: ¿perder el apoyo americano con todo lo que ello significa, o perder su actual gobierno?
Esas son las alternativas que se le presentan, las mismas que tuvieron Shamir, Rabín, Peres, Barak, Sharón y Olmert: ser Netanyahu el estadista o Bibi el político. En su discurso deberá tomar en cuenta la continuidad de las necesarias relaciones con EE.UU. así como aprovechar la oportunidad política inscripta en la iniciativa de Obama y aceptar sin tapujos la Hoja de Rutas, reanudar rápidamente las negociaciones con la Autoridad Palestina para llegar a un acuerdo definitivo, congelar la construcción de los grandes asentamientos y desmantelar de inmediato los ilegales.
El laberinto posee caminos plagados de peligros con un Minotauro amenazante y un cordel extendido que posibilita la salida. Dentro de él, Bibi llegó más rápido de lo esperado al momento de decidir entre preservar una plataforma anacrónica monstruosa o aferrarse al hilo que lo lleve a adelantar los intereses nacionales de Israel tratando de llegar a una paz definitiva con los palestinos y el mundo árabe, cuidando las relaciones con la administración americana y ocupando un lugar privilegiado en el marco de la comunidad international.
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